Las Landas



 

Hace unos días regresamos de una breve estancia en la región francesa de las Landas, zona que conocemos desde hace tiempo cuando la atravesábamos necesariamente cada vez que cruzábamos la frontera de Irún-Behovia para ir a Francia. Nos gustaba recorrer la primero autovía y después autopista durante kilómetros y kilómetros -unos 200- al lado del mayor bosque de pinos de Europa occidental (ahora bastante menos denso por las talas periódicas) ocupando una superficie de más de un millón de hectáreas.


Pero, además, disfrutamos de algunas cortas estancias veraniegas, hace ya bastantes años, en Sanguinet, un pequeño pueblo situado en el corazón de las Landas, al borde del lago de Sanguinet-Cazaux.



En esta ocasión tuvimos la oportunidad de alojarnos en el mismo hotelito que habíamos ocupado hace más de 30 años, “Les Eaux qui Rient”, reconvertido ahora en maison d’hôtes bajo la cordial atención de Anne (su repostería para el desayuno es deliciosa). Desde el alojamiento sencillo y acogedor, de ambiente familiar, situado frente a una pequeña playa, se puede contemplar la quietud del lago, la vegetación del entorno y unos atardeceres verdaderamente espectaculares. Estaban retenidos en nuestra memoria y nos volvieron a emocionar.




Por la senda que circunda el lago se pueden realizar caminatas muy agradables y acceder a otras playas, como una más inaccesible y por ello menos concurrida, conocida por el nombre de Tahití, sin duda por la fina arena blanquísima y el color esmeralda de las aguas.



El centro neurálgico de la zona es Arcachon, una ciudad balneario al borde del “bassin” (ensenada) -que lleva el mismo nombre de la ciudad-, un centro de veraneo tradicional de la burguesía bordelesa y que mantiene una animación y una actividad destacadas debido sobre todo al cultivo de las ostras y por ende a los numerosos establecimientos en los que se pueden degustar. Y no sólo ostras, también mariscos (“fruits de mer”) en general.


Otro de sus atractivos es también su playa, un largo arenal que llega hasta la impresionante duna del Pilat, desde cuya cumbre se divisa por un lado un azul del océano y por otro el verde generoso de los pinos. El centro de la ciudad -siempre animado- lo encontramos muy cuidado, tras el acondicionamiento de las plazas del mercado y del Ayuntamiento, con nuevas edificaciones pero siempre respetando el estilo de la zona.



Y además no hay que perderse un paseo por sus barrios elegantes como la Ville d´Híver, en donde sus villas –muchas de ellas ya centenarias- dan cuenta de la importancia y el prestigio que tuvo Arcachon entre las familias acaudaladas de la Aquitania. La mayoría, aún con sus fachadas impecables, siguen en pie tal y como fueron concebidas en su momento. 








Desde Arcachon salen continuamente con diferentes destinos barcos que atraviesan el “bassin”, casi un mar interior si no fuera por la estrecha boca que lo comunica con el océano. Justo en ese extremo se encuentra el Cap Ferret, a donde fuimos para pasar unas horas recorriendo este rincón que cierra la ensenada, ahora zona residencial muy cotizada, donde además se combina la originaria actividad de pescadores y cultivadores de ostras con una amplia oferta comercial y hostelera.







El “bassin” de Arcachon, por sus enormes mareas, tiene un entorno muy característico, con zonas de marismas y canales que se transforman continuamente en función de ellas. Merece la pena visitar algunos de los pequeños puertos habilitados entre estos canales, como el Port de Tuiles y el Port de Biganos, con sus peculiares embarcaderos y las vistosas cabañas de madera de los pescadores y cultivadores de ostras.







En definitiva, unos días de escapada con clima agradable, entorno relajante y visitas interesantes.