Escapada invernal a Rabat, Meknes y Volubilis


Durante el puente de la Constitución de 2011 nos fuimos a Rabat aprovechando que nuestra hija menor está ahora trabajando allí. Viajamos con Iberia hasta Casablanca y de Casablanca a Rabat -unos cien kilómetros-  fuimos en coche, pero puede hacerse perfectamente en tren.

No era la primera vez que viajábamos a Marruecos. Habíamos estado en el 78, cuando nos casamos, y yo no había vuelto al país. Recordaba Marruecos lleno de luz y color pero con un calor horroroso porque era verano. Me pareció que estaba a la vez tan cerca y tan lejos, como un túnel del tiempo: pasar del siglo XX a la Edad Media. O a la Historia Sagrada, porque las imágenes que se veían eran las mismas que venían en los libros de nuestra infancia, o las que seguimos viendo en nuestros nacimientos navideños. Y supongo que por eso, tanto el paisaje como el paisanaje me gustaban. Me encantaban las kasbahs y los pueblos del sur confundiéndose con el color ocre de las montañas desnudas y los oasis de palmeras que los anunciaban: una palmera, dos palmeras, así poco a poco hasta el oasis compacto con sus casas de barro asomando detrás de las palmeras. Ocre y verde sobre un cielo de azul intenso. De vez en cuando un burro con alforjas y un hombre que parecía venir de la época de Jesucristo. O tres o cuatro ovejas guardadas por otro personaje semejante. Un país absolutamente anacrónico.

Como no podía ser de otro modo, el paso del tiempo se hizo notar. El país había cambiado, ha evolucionado ganando en bienestar pero perdiendo parte de su antiguo encanto. Ahora la mayoría de los hombres -y también las mujeres, sobre todo en las ciudades- visten con ropas occidentales, pero de colores tan oscuros que resulta triste. Todo gris oscuro, marrón, negro…Las mujeres ponen a veces un toque de color, aunque no siempre.

Nuestra hija vive en el barrio de Hassan, un barrio bien situado y bien comunicado, cerca de la torre del mismo nombre y de la Medina. Pronto descubrimos que Rabat es una ciudad moderna, con barrios residenciales totalmente occidentales pero que conserva al mismo tiempo lugares como la Medina y la Kasbah anclados en el tiempo. Es pues una ciudad de contrastes: zonas modernas y elegantes codo a codo con barrios pobres y atrasados.

El primer día fuimos andando hasta la Torre de Hassan y el Mausoleo de Mohamed V. Pero no pudimos entrar porque, como eran casi las seis de la tarde, ya estaba cerrado. Pudimos sin embargo hacer fotos del recinto amurallado con sus palmeras interiores, esas imágenes que tanto me gustan.


Así que fuimos a pie hasta la Medina, animadísima a esas horas de la tarde. La Medina, en una de las partes antiguas de la ciudad, es fundamentalmente un enorme mercado dirigido tanto a nacionales como a turistas y  en donde encuentras desde un cacharro de plástico hasta especias, pasando por alfombras, cuero, bisutería, etc. y por supuesto todo tipo de artesanías.



Curiosamente en esta Medina, ni te agobian para que compres ni te piden precios excesivos, con lo que el regateo casi no existe, puedes rebajar algo, aunque no mucho.

La calle con más colorido La calle con más colorido es la rue des Consuls, más ancha que las demás y con cantidad de tiendas.
Merece la pena también perderse por los callejones observando celosías y puertas que esconden auténticos tesoros. Y es que muchas de esas viviendas invisibles a los ojos indiscretos, ocultan en su interior las casas familiares en donde convivían todos los miembros de una misma familia, abuelos, padres, tíos, etc. en torno a un patio central, al estilo de los patios andaluces, al que se abren las distintas habitaciones. Empinadas escaleras  llevan a los pisos superiores y a la terraza con la que terminan todas ellas. Muchas de estas viviendas familiares llamadas “riad”, término que designaba únicamente el “jardín” interior que solían tener, se están convirtiendo en pequeños hoteles que conservan el encanto de la arquitectura tradicional marroquí adaptada a
las necesidades actuales. Nuestra hija nos llevó a ver uno de estos riad que conocía porque dispone además de un “hammam”. Está regentado por una señora francesa y acondicionado con mucho gusto, en un estilo más bien moderno dentro de un marco antiguo. El precio de las habitaciones no era barato, en torno a los 90€. Esta es la dirección: Riad el Maâti 15 sidi el Maâti_Médina 10000 Rabat.

Volvimos al día siguiente con una mañana radiante para poder ver el recinto de la Torre Hassan y el Mausoleo con calma. La entrada es gratuita. En la explanada donde se encuentra todo el conjunto, sorprende una especie de bosque de gruesas columnas que debían soportar lo que  el sultán almohade Yaqub al Mansur en el siglo XII pretendía que fuese la segunda mezquita más grande del mundo.


Pero las obras se abandonaron tras su muerte y sólo se conservan las columnas y el enorme minarete también inacabado. Su estilo es idéntico al de sus torres hermanas: la Giralda de Sevilla y la Koutubia de Marrakech. Este conjunto, frente al océano atlántico, se completa con el suntuoso Mausoleo de Mohamed V, construido en 1962.

 

El interior de un estilo neohispano-morisco es de una enorme riqueza. En el centro del piso inferior está la tumba de granito y ónix del rey Mohamed V, a la que posteriormente se añadieron las de sus hijos Mulay Abdellah y Hassán II. El exterior, todo blanco, contrasta con las tejas del techo en color verde, al igual que en otros muchos monumentos marroquíes. Al lado está la mezquita Hassan, también con tejado verde, pero en Marruecos los no islámicos no pueden entrar en las mezquitas.

 Continuamos después en paralelo a la desembocadura en el océano del río Bouregreg que separa Rabat de Salé, dos poblaciones diferentes unidas entre sí por un puente. En las orillas, viejas barcas en las que se puede cruzar hasta Salé y, en el camino hacia la Kasbah, tiendas de anticuarios con mercancías en la acera donde aprovechan para restaurar algunas piezas.




Queríamos disfrutar del buen día paseando por la Kasbah, la parte más antigua de la ciudad, situada dentro de la antigua fortaleza amurallada de los Oudayas. Cuando llegamos a la puerta principal de la Alcazaba -preciosa- nos encontramos por primera vez con los “guías voluntarios”. Primero te informan de algo, que puede ser verdad o no y después intentan hacerte una visita guiada. En caso de aceptar es muy importante concertar el precio con antelación porque si no puede haber sorpresas. Y, además, asegurarse de que el precio es global y no por persona, porque al terminar pueden decir que la cantidad era por cada uno. Como ya conocíamos el truco, no hicimos caso a sus indicaciones de que debíamos entrar inmediatamente por aquella puerta porque iban ya a cerrar la Kasbah. Naturalmente no era verdad.



Seguimos a nuestro aire, nos acercamos a ver el impresionante cementerio que se extiende hasta el mar, lápidas y lápidas, miles de lápidas sin orden ni concierto, porque al parecer su religión prohíbe la incineración y además las tumbas deben estar todas en tierra con los cuerpos mirando hacia la Meca.


La Kasbah no es turística, es decir no hay tiendas, por eso puedes pasear tranquilamente entre las paredes de las viejas casas pintadas de blanco con puertas y zócalos azules

 

Al terminar el paseo hay que sentarse en el Café Moro para tomarse un té a la menta. Es un lugar tranquilo y con unas vistas preciosas.



Y justo enfrente del café se encuentra el Jardín Andaluz, un espacio recoleto lleno de olores mediterráneos, y rodeado por murallas ocres.



Eran ya más de las dos cuando terminamos el paseo, así que nos dirigimos a pie hasta la zona moderna para comer algo. Llegamos hasta la avenida Mohammed V que fue el eje principal de Rabat durante la época del protectorado francés. Es una ancha avenida con edificios interesantes que termina en el minarete de la mezquita de Assounna que fue trasladada de sur a norte, piedra a piedra, para que ocupase el final de la avenida, a la manera de los Campos Elíseos parisinos.


Nuestra hija nos había recomendado comer en Le Grand Comptoir, en el 279 de la Av. Mohammed V, un clásico de Rabat pero muy de moda, con una decoración Art Déco sorprendente. La escalera que lleva al piso superior es preciosa con toda la decoración, muebles, lámparas, vidrieras, etc. en el más puro estilo Art Déco.


Ya eran cerca de las tres y no hubo problemas para comer, pero los precios, unos 20€ por un plato y un postre no son baratos. Sobre todo para ellos porque los salarios son muy bajos, lo cual indica que allí conviven dos velocidades: el Rabat para marroquíes con precios mucho más asequibles y el Rabat sofisticado para turistas y expatriados con precios inasumibles para ellos.

Continuamos nuestro recorrido por la avenida Mohammed V, pasamos por delante del antiguo y prestigioso Hotel Balima, centro neurálgico en la época del Protectorado, llegamos al palacio rojizo que ocupa el Palacio del Parlamento y un poco más allá el impresionante edificio blanco de la Estación Central, construido alrededor de 1930 en un estilo Art Déco arabizante.

Nuestra intención era visitar el Palacio Real que suponíamos estaba al final de la avenida. Pero, aunque es así, el recinto es tan extenso, que tuvimos que caminar bastante hasta conseguir llegar a la única entrada por la que nos dejaron pasar, después de enseñar nuestros pasaportes, aunque conseguimos que no se los quedasen porque no pensábamos volver por el mismo lugar. Accedieron a devolvérnoslos y así pudimos salir por otra de las puertas que da a la antigua necrópolis de la Chellah, un paseo muy bonito rodeando la muralla del Palacio Real hasta el barrio de Hassan.

Merece la pena dar un paseo por el recinto del Palacio Real, no es únicamente el Palacio, son palacetes para al administración, viviendas para los funcionarios, enormes jardines y naturalmente el Palacio propiamente dicho al que no se puede entrar. Todo ello en un entorno tranquilo y agradable.





Y también merece la pena ver el recinto de la Chellah, un lugar muy romántico y muy especial con vestigios de diferentes civilizaciones, una especie de jardín abandonado lleno de nidos de cigüeñas.


Y para rematar ese día, nuestra hija nos llevó a cenar a un restaurante típico marroquí, Arabica, en la rue Moulay Ahmed Loukili, nº 6, en la barrio de Hassan, muy bonito, con comida tradicional a base de “tajines” término que denomina a la vez el recipiente de barro en el que se cocina y al plato cocinado, generalmente a base de carne con frutas y especias. Tomamos naturalmente una “tajine” y también una “pastilla” que después tomaría en más sitios y que me gustó por su sabor de canela y especias. Las hay de diversos ingredientes, aquella era de pollo y estaba muy rica. Aquí los precios fueron francamente baratos, unos 5€ por persona por un plato, sin postre.

Al día siguiente nos acercamos hasta Salé, al lado de Rabat y con más población que la propia capital. Cogimos el tranvía en la av. Moulay Ismail. Se compran los billetes antes de subir en unas casetas que hay en cada estación. El precio, 0,60€, es económico para un europeo, pero no para un marroquí. También es verdad que el tranvía es absolutamente nuevo, rápido y confortable pero tiene pocas líneas. Así que mucha gente utiliza lo que llaman taxis compartidos, que resultan baratos pero poco confortables. También se puede coger un taxi normal que no resulta caro para un europeo, aunque conviene asegurarse de que se pone el taxímetro para evitar sorpresas desagradables.

Salé tiene también una gran Medina amurallada en la otra margen del río Bouregreg. Entramos por la puerta que da al viejo Barrio Judío con varias antiguas sinagogas, pero todo muy degradado.


En Salé hay poco turismo, así que aquí los “guías voluntarios” en cuanto ven a unos turistas intentan hacerse necesarios insistiendo e insistiendo. Nosotros conseguimos que nos dejasen tranquilos mientras paseamos por la parte comercial de la Medina que no tiene demasiado interés, desde mi punto de vista. Se ve todo mucho más pobre y atrasado que Rabat.


Sin embargo la antigua Medersa es una maravilla y ella sola merece el desplazamiento hasta allí. Se llaman “medersas” a las escuelas coránicas pero también a las escuelas actuales en general. La Medersa de la medina de Salé, de época merenida, es una maravilla. De pequeñas dimensiones, fue construida en 1333 enteramente en estuco y madera de cedro, todo ello finamente trabajado, grabado y esculpido. Recuerda a los salones de la Alhambra, sin desmerecer en nada. En la parte superior están las celdas de los estudiantes y arriba del todo una terraza.



Aunque creíamos que nos habíamos librado de los “guías voluntarios”, no fue así porque, cuando íbamos a entrar, nos abordó un señor que empezó a decirnos que no era la hora de entrar instándonos a acompañarle para guiarnos por los callejones hasta lo que él llamó la “medersa”, pero que era la escuela, y cuando nos dimos cuenta estaba haciéndonos la visita. Eso sí concertamos antes el precio: 5€ por una media hora, pero al final quería de fuese por persona. La verdad es que no lo necesitábamos en absoluto para ver el minarete de la Mezquita, la Medersa y callejear un poco.


Pero es casi imposible librarse. Sí es cierto que gracias a él nos abrieron la puerta de la Mezquita y pudimos hacer fotos, además de acercarnos hasta el cementerio impresionante que también tiene Salé sobre el mar, enfrente de la kasbah de Rabat.


Regresamos a Rabat en el tranvía para comer algo en otro sitio recomendado por nuestra hija, el Ty Potes, en 11 de la rue Ghafsa. Afortunadamente todavía estaba abierto, porque a las tres cierran la cocina y ya no dan de comer. Es un sitio muy agradable, de estilo europeo, en donde puede tomarse algo rápido o un plato caliente por un precio muy razonable, unos 10€ por persona. Muy cerca de allí está en Instituto Cervantes y la Catedral de Rabat, un edificio blanco de época 1930 en un estilo próximo al Art Déco.


Paseamos por esta zona céntrica de Rabat y nos dirigimos después a la Villa des Arts en el 10 de la rue Beni Mellal.


Es un espacio cultural privado que pertenece a la fundación ONA con tres palacetes también de época Art Déco con preciosos jardines que se pueden visitar tranquilamente, ver las distintas exposiciones o sentarse tomar algo en el Café Moro, de lo más agradable, en un rincón del jardín. Está abierto desde las 9h30 hasta las 19h. y la entrada es gratuita.

 
Esa noche reservamos para cenar en uno de los mejores restaurantes de Rabat, Villa Mandarine, en el 19 de la rue Bousbaa, en pleno barrio de las embajadas, una zona de chalets y jardines como la casa en la que se encuentra el restaurante, con un jardín precioso y terrazas en las que debe ser agradabilísimo comer en el exterior. En nuestro caso tuvimos que hacerlo en el comedor porque ya hacía frío, aunque también muy agradable. El precio, unos 30€ por persona, es muy caro para Marruecos, pero en España supondría seguramente el doble en el mismo tipo de restaurante. Tienen tanto cocina francesa como marroquí con muy buena calidad.

El fin de semana dejamos Rabat para visitar Meknès primero y Volubilis después, dos lugares que no habíamos visto en nuestro primer viaje. Hay unos 130 km. entre Rabat y Meknes y se tardan unas dos horas en coche. También puede hacerse en tren. Yo sigo teniendo recuerdos muy nítidos de la Medina de Fès y esperaba encontrarme con algo parecido. Pero no fue así. En primer lugar, al ser viernes, todo estaba cerrado, así que la Medina con las tiendas cerradas resultaba desangelada y sin colorido. Sin embargo fachadas y calles están arregladas, con un color ocre en las paredes y tejaditos de madera en ventanas y puertas.


Meknès, junto con Fès y Marrakesh es una de las tres ciudades imperiales, además de Patrimonio de la Humanidad por su riqueza monumental. En uno de los laterales de la gran plaza de El-Hedime, se encuentra la puerta Bab Mansour, espectacular, dando entrada a la ciudad imperial.


La enorme plaza que separa la ciudad imperial de la ciudad vieja, recuerda a la plaza de Jamaa-el-Fna en Marrakech, pero mucho más tranquila, al menos ese día. Tiene un mercado cubierto en los laterales y en el centro se congregan, como en Marrakech, los tragafuegos, los domadores de serpientes, cuentacuentos y todo tipo de animadores alrededor de los que se congrega la población autóctona disfrutando del espectáculo, pero todo muchísimo más tranquilo que en Marrkech.



Mi hija había reservado habitaciones en un riad dentro de la Medina, Riad Meknes: http://www.riaddor.com/. El complejo lo forman dos o tres riads antiguos unidos, decorados al estilo marroquí con patios, fuentes y plantas a los que dan algunas de las habitaciones.


Nosotros preferimos la parte alta, pero tuvimos que subir el equipaje por una escalera estrecha y empinada, no apta para equipajes pesados. Arriba, otro patio al que daban nuestras habitaciones estilo mil y una noches.


El lugar es precioso, pero no dispone del confort de un hotel moderno, naturalmente. Como dije, no hay ascensor y los techos altísimos de las habitaciones no permitieron alcanzar una temperatura agradable. Los precios son baratos, unos 60€ la habitación doble, con desayuno incluido. Dispone también de comedor. Cenamos allí un menú cerrado por unos 12€ que estaba francamente bien. Antes de irnos subimos a las terrazas que tiene en la parte de arriba, con rincones muy agradables, pequeña piscina y solarium, además de una vista espectacular sobre el minarete de la gran Mezquita y sobre toda la Medina.

 Meknès por su pasado histórico tiene muchas cosas para visitar, además de callejear por la Medina, la plaza El-Hedime y la ciudad imperial.

Hay mezquitas, medersas, museos, el mausoleo de Moulay Ismail y su antiguo palacio, ya en las afueras, en la zona de Mechouar.



Merece la pena el Museo Dar Jamaï como un lugar que atestigua la forma de vida de la alta burguesía Marroquí. Como todos los palacios está orientado hacia el interior, preservando a sus habitantes de las miradas indiscretas. Rodeado de muros sin ventanas se organiza alrededor de patios con fuentes luminosos y frescos a los que se abren las habitaciones que servían para la recepción de los invitados. Columnas de mármol, frisos y cornisas esculpidas, mosaicos multicolores, puertas, ventanas y techos delicadamente pintados, muestran el gusto por el lujo de los antiguos propietarios de estos palacios. Desde 1926 es el Museo de las Artes Marroquíes y Etnográficas.



Lo que ocurre es que el arte islámico, a pesar de su belleza, al final resulta un poco repetitivo y da un poco la impresión de estar viendo más de lo mismo. Así que, para cambiar, nos acercamos hasta la antigua prisión de Cara, un espacio subterráneo soportado por enormes columnas en donde los cautivos cristianos esperaban hasta ser rescatados. Y también puede visitarse lo que se llama de sala de Embajadores en donde se realizaban los intercambios para conseguir rescatar a los cautivos más importantes.


En el camino, se nos acercaron un grupo de niños que jugaban al futbol. Cuando les dijimos que éramos españoles, empezaron a recitar nombres de jugadores, tanto del Barça como del Madrid. Uno de ellos llevaba la camiseta de Mesi. Se les veía encantados de hablar con nosotros en francés porque, aunque ya no es como hace años cuando casi todo el mundo hablaba francés, aún hay gente que se maneja bien y los niños lo estudian en la escuela pero ya sólo como segunda lengua.


Desde Meknès nos acercamos hasta Volubilis, pasando por Mulay Idriss, una pequeña población, lugar de peregrinación por acoger el santuario de Idrís I, descendiente de Mahoma fundador de la dinastía idrísida que es muy venerado en Marruecos. El santuario no es accesible para los no musulmanes, pero merece la pena un recorrido por la villa. Aunque no queríamos guía al final nos acabaron haciendo la visita para poder subir por los recovecos empinados que llevan a la parte más alta, desde donde hay una buena vista del pueblo y del campo que lo rodea. Recuerda a Mojacar, tanto por su disposición como por el color blanco de las fachadas.


Y al lado de Mulay Idriss está Volubilis, antigua ciudad romana fundada en el siglo III a.c. que se encuentra a 30 km. de Meknès. Es el asentamiento romano más grande del país, con las ruinas mejor conservadas del norte de África. Desde 1997 es Patrimonio de la Humanidad. Conviene coger un guía para recorrer las ruinas aunque no es obligatorio. El precio oscila entre 10 y 20€, dependiendo de la duración de la visita y del número de personas.


Aunque la ciudad romana quedó muy dañada por el terremoto de Lisboa de 1755, no deja de apreciarse la monumentalidad que tuvo en épocas pasadas. Se mantiene muy bien el trazado de calles y casas, se distinguen todas las estancias, algunas de ellas con unos mosaicos preciosísimos, perfectamente conservados.

Lo más importante es la Casa de Baco, el arco del Triunfo, el Capitolio, los mosaicos de las antiguas casas, la Basílica y el trazado de las calles que seguían siempre el modelo romano allí donde fueran sus tropas.



En la carretera que lleva a Volubilis, justo enfrente de las ruinas, hay un buen hotel con piscina y un buen restaurante. Cominos en la terraza, antes de la visita.


Es un sitio muy recomendable, muy agradable, con precios razonables. Supongo que en época turística será casi imposible encontrar sitio en la terraza disfrutando de las ruinas de Volubilis al fondo, pero ese día estábamos absolutamente solos. No había nadie, ni dentro ni fuera.

Volvimos a Rabat para regresar ya al día siguiente. Antes de salir para el aeropuerto nos acercamos a comprar unos bocadillos a uno de los establecimientos en Rabat de la cadena francesa Paul en el 82 de l’ Avenue des Nations Unies del barrio de Agdal y quedamos sorprendidos de la modernidad del barrio, buenos edificios y todo tipo de firmas europeas como si estuviésemos en cualquier ciudad de España. En Agdal es difícil cruzarse con una mujer que no vaya vestida no sólo a la europea, sino a la última moda. Se es perfectamente consciente de la diversidad del país y de sus contradicciones: dos culturas conviven sin mezclarse con distintas velocidades en todos los aspectos y una modernidad que intenta abrirse paso pero que necesita para ello un despegue económico y –como en todas partes- una mejor distribución de la riqueza.


Fueron unos días muy agradables, con sensación primaveral de vacaciones de semana santa, pero sin las riadas de turistas y la ventaja de poder pasear tranquilamente y disfrutar de esa cultura tan próxima a la nuestra en muchos aspectos y al mismo tiempo tan diferente.