Sicilia 2023

Volvemos a nuestro blog de viajes después de un dilatado paréntesis,  fruto de la pandemia primero y de la inercia, después. Abandonados ya los viajes con vuelos largos, nos decidimos a completar la visita de Sicilia en donde habíamos estado una semana, hace ya bastantes años, sin llegar a visitar la parte este de la isla. Nos quedaba pues por conocer Taormina, Catania, Siracusa, Noto y la Villa Romana del Casale, lugares de los que oíamos frecuentes alabanzas. Pero, quizás, lo que hizo activar nuevamente el deseo de viajar, y de viajar a ese destino, fue la segunda temporada de la serie de HBO White Lotus, cuyo escenario principal era precisamente Taormina. Así que empezamos a organizar un viaje de una semana con un vuelo cómodo:  Asturias, Barcelona, Catania, reservando en primer lugar 3 noches en Catania y 4 en Taormina. Sin embargo, unos días antes de la partida, tomamos una decisión acertada al cambiar Catania por Siracusa por parecernos que estaba más cerca de Noto (en efecto lo está) y de la Villa Romana del Casale.

Ortigia

Curiosamente ésta vez, personalmente, no tuve la sensación de estar en Italia. Supongo que en primer lugar porque ahora la lengua de comunicación, en zonas tan turísticas como éstas, es el inglés, en segundo lugar porque oíamos poco italiano y no disfrutamos de esos diálogos mitad español mitad italiano, sabrosos y desenfadados, a los que acostumbran los italianos con gracejo.  Y en tercer lugar porque no se oían por las calles esas melodías italianas tan nostálgicas que todos conocemos o identificamos.

La llegada al aeropuerto de Catania con sol y cielo despejado  nos regaló una imagen hermosísima del Etna con  su cumbre como manchada  de azúcar glas. No hicimos fotos porque suponíamos que lo iríamos viendo a lo largo de nuestra estancia. Pues no. Primera y última vez que lo vimos totalmente despejado. A partir de entonces el volcán, siempre escurridizo, se escondía tras  nubes más o menos amenazadoras de lluvia. Así que nos quedamos sin la foto del Etna en su esplendor.


Habíamos alquilado un coche para los desplazamientos por la isla. Cualquier comentario sobre la conducción de los italianos en general, y de los sicilianos en particular es un tópico. Pero tópico o no, la conducción dentro de las ciudades es una operación de alto riesgo, sin poder intuir por dónde puede aparecer un coche y sin unas indicaciones claras que alivien un poco la tensión al volante. Afortunadamente en Siracusa el hotel Alfeo, un cuatro estrellas decadente pero confortable - aunque de desayuno ramplón-,   reservado a última hora, tenía una situación excelente, al lado del puente de Santa Lucía, uno de los tres que unen Siracusa con la isla de Ortigia, así que no necesitamos coche para desplazarnos por la ciudad.

No es bueno tener unas expectativas muy altas. Nos habían hablado tan bien de Ortigia y habíamos leído en las guías tantos  elogios que mi primera impresión fue un tanto decepcionante. No conseguía sumergirme en la “encantadora atmósfera” de la isla. Y no fue hasta llegar al mar, en el Oeste de la isla, bañada entonces por el sol poniente, con terrazas repletas de gentes que contemplaban un  mar verdeante y plácido, cuando empecé a sumergirme en “la atmósfera”.




Fontana Aretusa

Fue precioso el paseo a lo largo del mar en esa hora dorada de la puesta de sol inminente, a última hora de la tarde. Pasamos al lado de la legendaria Fontana Aretusa, fuente de abastecimiento en la antigüedad, -ahora estanque de aguas verdosas en donde crecen los papiros-  y  llegamos hasta en Castello Maniace, en el extremo sur de la isla.                                                                                               Ortigia, fundada en el 734  a. C. por los corintios, es el centro histórico de Siracusa.  Allí llegaron desde griegos a romanos, pasando por bizantinos, árabes, normandos o aragoneses en otros. Todos ellos dejando sus huellas más o menos visibles. Llena de plazas, palacios e iglesias más o menos ostentosos, fuentes ornamentales, calles de majestuosos edificios barrocos. El centro neurálgico es el Piazza del Duomo que fue durante siglos el centro civil y religioso de la ciudad. En la parte alta de la plaza, y orientada al Oeste, se alza sobre una escalinata la espectacular fachada de la catedral barroca de Siracusa codeándose en la misma plaza con importantes palacios también barrocos y la casi – a su lado- modesta iglesia de Santa Lucía alla Badia.



Pero también callejuelas estrechísimas o  pintorescos patios como los de la Giudecca –antiguo barrio judío- en donde la vegetación alterna con las mesas de numerosos restaurantes -ahora vacíos- pero seguro que en temporada alta repletos de turistas.




Al día siguiente cogimos el coche para ir por autopista hasta la Villa Romana del Casale. La salida de la autopista para la población de Enna –la capital más alta de toda Italia- estaba cerrada, naturalmente sin ninguna indicación sobre la razón, ni información en donde teníamos que salir para alcanzar Enna, encaramada en lo alto de una escarpada montaña. Llegamos a través de carreteras zigzagueantes con un día brumoso que no dejaba ver ni el paisaje de la Sicilia central ni el Etna.

Enna es una pequeña población en pendiente, tranquila, con una parte alta –el centro histórico- muy bonita, con sus iglesias barrocas de sencillas fachadas, pero de interiores recargados, como ocurre a menudo con los interiores de las iglesias barrocas. En mi opinión, unos un poco pasteleros, y otros con una especie de  “horror vacui”. La parte alta acaba en un castillo que se puede bordear y así poder ver todo el valle. Es un paseo muy agradable. Y, si se quieren mejores vistas panorámicas, se puede visitar el interior y subir a la Torre Pisano -la más alta- que ofrece las mejores vistas del valle y de Calascibetta, población también empericotada en otra montaña escarpada. Nosotros no lo hicimos porque había que comer para dirigirnos a nuestra siguiente visita.





Vista de Calasbicetta desde Enna

La Villa Romana del Casale la encontramos, afortunadamente, con muy poca gente, lo que nos permitió hacer la visita a través de las pasarelas que van rodeando las distintas estancias de esta lujosísima Villa de época tardo-romana, tranquilamente y sin ningún tipo de agobio.



Un movimiento de tierras en el siglo XII ocultó los mosaicos y no fueron descubiertos hasta mediados del pasado siglo. De ahí la conservación milagrosa de  los mosaicos que cubrían los suelos de cada estancia  con dibujos geométricos en las habitaciones destinadas a la servidumbre y con escenas mitológicas o de vida cotidiana en aquellas para un uso  más importante. El lugar arqueológico es espectacular y merece sin duda la visita.




Cuando llegamos a Siracusa –ya tarde- fuimos directamente a Ortigia para cenar. Intentamos hacerlo en Sicilia in Távola, recomendado en nuestra guía. Imposible. Gente esperando en la calle haciendo cola. Lo conseguimos al día siguiente porque fuimos más temprano, aunque tuvimos que esperar una media hora. Habían bajado las temperaturas y en la terraza estaba frío. Es un sitio agradable, de ambiente joven, con curiosa decoración y buena pasta. Ese día conseguimos cenar comida siciliana en otro de los sitios recomendados, A Putia delle cose buone, en la terraza. También rico.

Sicilia in Távola

Antes de cenar nos dio tiempo para dar un paseo por la parte alta del Lungomare Alfeo, por la Via del Castello Maniace que da sobre el mar, hacia el Oeste. Las fachadas, la mayoría restauradas respetando el estilo, con el sol regándolas abiertamente lucían llenas de buen gusto. Muy agradable. Y después de cenar dimos un paseo por Via Maestranza, la más importante de Ortigia, preciosos sus edificios barrocos en la noche. Creo que la ciudad gana en la noche con las luces, los farolillos de las callejuelas, las terrazas en las plazas, como en la bonita  Plaza de Archimede , disimulado ahora el color ocre de las estatuas de la fuente de Diana que no me había gustado nada la tarde anterior. Sus terrazas, ahora casi vacías,  imagino que en verano estarán a rebosar. También las pocas columnas del Templo de Apolo, a la entrada de la isla por el puente de Santa Lucía, lucen más con la iluminación nocturna. Levantado en el siglo IV a.C. es el más antiguo de Sicilia.


Fuente de Diana

Teatro de Apolo

Al día siguiente fuimos hasta Noto, en mi opinión de visita obligada. Hay poblaciones detenidas en el tiempo por distintas circunstancias, como Sarlat, en la región del Périgord en el sur de Francia, Antigua, en Guatemala, o Noto, en Sicilia. Son como un viaje en el tiempo. Perfectamente conservadas sin que nada haya cambiado su fisionomía de otra época. En el caso de Noto, la ciudad fue enteramente levantada, después del  terrible terremoto de 1693, a 9  km. de la antigua población. Así que nos encontramos con una ciudad barroca en su máximo esplendor. Las decoraciones de las fachadas de sus palacios, iglesias, monasterios, construidos con la piedra ocre de la región resultan espectaculares cuando reciben la luz del sol. Son fundamentalmente dos calles paralelas repletas de balcones enrejados sostenidos por impresionantes decoraciones en piedra que recuerdan las gárgolas góticas de las catedrales medievales. Todo es precioso. Cuidado, limpio, con tiendas para turistas pero no demasiadas, restaurantes, pero sin agobios. Pensado para el paseo y el deleite.








A la vuelta de Noto, ya en Siracusa, nos dirigimos hasta el Parque Arqueológico. Otra vez las expectativas no se cumplieron. El Teatro Griego del siglo V a. C., que las guías presentaban  como una de las mayores y mejor conservadas construcciones de su tiempo, nos decepcionó. En realidad solamente se conserva una parte muy pequeña de su estructura, el resto de las gradas están reconstruidas en madera. En cambio el Anfiteatro Romano, del siglo II d.C. es otra cosa. Aunque devastado en parte por  haber sido utilizado como cantera a lo largo de los siglos, sigue conservando su aspecto imponente, de forma elíptica, superado sólo por el Coliseo de Roma, la Arena de Verona o el Jem de Túnez.  Son perfectamente visibles las entradas por donde accedían a la arena fieras y gladiadores.




Además de restos arqueológicos,  grutas excavadas en las rocas, una necrópolis con tumbas de distintas épocas excavadas también en la roca, el paraje es muy agradable  con paseos bordeados de pinos mediterráneos, cipreses, y  otros tipos de vegetación que seguro se aprecian sobre manera en momentos de calor.







Nuestra siguiente parada fue en Catania que visitamos antes de dirigirnos a Taormina. El día amaneció feo y frío. Llegamos lloviznando y acabamos con un auténtico chaparrón que nos impidió hacer la visita que esperábamos. Catania tiene un centro histórico interesante, con un trazado de  calles que se extienden a lo largo de la ciudad mostrando sus balconadas o sus imponentes iglesias, pero no me resultó acogedora, quizá por el día nuboso  y la lluvia. Su color grisáceo me resultó frío, sin encanto y con  un tráfico endiablado. En primer lugar, el Etna que íbamos a ver a lo largo de los 3 km. de la calle Etnea, no apareció. Los “cannoli” que queríamos probar en la pastelería Savia, como indicaba la guía, exigían casi una hora de espera por la cantidad de gente que había tenido la misma idea, el enorme y pintoresco mercado del pescado, bajo plásticos, y el aspecto de la ciudad, de fachadas grisáceas, no era lo más favorecedor. Sin embargo no cabe duda de que su centro histórico está cargado de edificios barrocos, tanto civiles como religiosos de enorme interés. Sorprende la cantidad de conventos, también de iglesias, como no, sobre todo en la Via Crociferi y en la Piazza del Duomo con su famosa catedral barroca rodeada, al igual que en Ortigia, de palacios igualmente barrocos. Porque en Catania prácticamente todo es barroco. La ciudad arrasada por la lava del Etna en 1669, y posteriormente por el terremoto de 1693, fue reconstruida en pleno apogeo de este estilo que se reproduce por doquier, exceptuando algunos edificios como el teatro Bellini, construido un siglo más tarde y por tanto más ecléctico en cuanto a su factura.






Siguiendo el consejo de la guía fuimos a una curiosa Trattoría para probar la “pasta a la Norma”, imprescindible en Catania. Aceptable sin más. Con berenjenas y tomate, no tan rica como las pastas de Ortigia. Y volvimos a insistir en la pastelería Savia para intentar conseguir los “cannoli”. Esta vez hubo suerte y, efectivamente, son excelentes, los más ricos que comimos.

La salida de Catania fue complicada pero con sol. Y llegamos a Taormina que no defrauda. Colgada a modo de balcón sobre el mar Jónico. Fue la descripción que Goethe hizo de ella como “orilla del paraíso en la tierra” lo que propició que fuese incluida, en calidad de  destino  imprescindible, en el Grand Tour que los jóvenes aristócratas de los siglos XVIII y XIX realizaban por Europa como parte de su formación.


En sus antiguos hoteles están registrados nombres tan conocidos como André Gide, Jean Cocteau o Truman Capote. Pero antes que ellos otras personas dejaron huellas en Taormina como Florence Trevelyan, sobrina o prima de la reina Victoria que instaló su vivienda rodeada de cipreses, a finales del siglo XIX, en la minúscula Isola Bella. Florence, aficionada a las plantas, hizo levantar en Taormina el jardín llamado ahora “Villa Comunale” (de visita libre), con unas  preciosas vistas sobre el mar y una exuberante vegetación en donde se mezclan los árboles mediterráneos con las flores y los arbustos exóticos entre los que aparece un  suelo hecho con pequeñas piedras realizando dibujos geométricos que recuerdan los mosaicos de teselas romanos. Sorprenden, dentro del jardín, unas construcciones extrañas y, a mi criterio, más bien feas, cuyo uso no se me alcanza.




Habíamos reservado cuatro noches en el Taormina Palace, un hotel de 4 estrellas moderno, confortable, con vistas al mar, al lado del teleférico y a unos 5 minutos andando del Corso Umberto que es el centro neurálgico, una calle peatonal  con edificaciones de bonitas balconadas, cuyos  bajos comerciales están todos ocupados por establecimientos de cara al turista que distraen la atención y el interés. El Corso está limitado por dos puertas: la Porta Messina y la Porta Catania y entre las dos paseamos arriba y abajo entre palacios, plazas e iglesias. El más antiguo, El Palacio Corvaja, del S. X con elementos de distintas épocas: árabes, góticos, catalanes, normandos… es una síntesis de las distintas civilizaciones que ocuparon estos lugares. De las plazas, la principal es la Plaza del Duomo con su catedral-fortaleza pero la Plaza IX Aprile  es quizás la más bonita, con fantásticas visitas, de no haber estado nublado, tanto sobre el mar como sobre el Etna. Pero si lo imaginamos con montones de turistas haciendo fotos, el Corso Umberto se  convierte en un parque temático.







La calle más ancha que sale del Corso Umberto  lleva al Teatro Griego, principal atracción de Taormina. En verano recomiendan reservar la entrada por Internet para evitar las enormes colas. Nosotros no habíamos reservado y no tuvimos que hacer cola. Además, a pesar de las predicciones meteorológicas que anunciaban lluvia, tuvimos la suerte de ver el teatro -de dimensiones impresionantes y situación privilegiada- casi con sol. Y digo casi porque el atractivo de ver la escena entre el mar y el Etna no se cumplió. El volcán parecía querer correr a veces las cortinas de nubes dejando  aparecer sus laterales, pero imposible, no se logró. Por la tarde tuvimos que refugiarnos en el hotel porque estuvo lloviendo.




Bajar por las callejuelas laterales que salen del Corso es aconsejable, en ellas se encuentran la mayoría de los restaurantes y un curioso lugar muy informal, Rosticceria Da Cristina, recomendado en una guía, en donde había que probar los tradicionales arancini (especie de croquetas de arroz rellenos con distintos tipos de sabores) con la seguridad de comerlos crujientes y sabrosos porque están recién hechos. Allí acudimos, y damos fe de que están buenos (además de baratos), muy cerca del ahora superfamoso, gracias a White Lotus, Hotel San Domenico. Merece la pena dar un paseo por la carretera que bordea el hotel y  continuar por la Via Roma para, desde el “belvedere” de Luiggi Pirandello, tener una vista espectacular sobre el mar justo por encima de Isola Bella.



La población es pequeña e incómoda puesto que, salvo el Corso Umberto -paralelo a la costa-   el resto son calles o callejones que se deslizan hacia el mar. Se puede bajar hasta el nivel del mar caminando por una carretera serpenteante, subir después ya sería más complicado, pero para facilitar los desplazamientos hay un teleférico que parte de Taormina propiamente dicha hasta la Taormina baja a nivel del mar. Sólo debe de funcionar en verano porque ahora no funcionaba y si no hubiéramos tenido coche no nos hubiéramos acercado. Una lástima porque no hubiéramos visto Isola Bella de cerca y sus aguas cristalinas que invitan al baño, ni hubiéramos podido hacer el paseo en barca desde el que vimos el “Skyline” de Taormina y los sorprendentes colores de las grutas que se abren en los acantilados a donde nos condujo Pepe (en realidad Giuseppe) maniobrando con destreza mientras nos daba en su frágil inglés (por otra parte como el nuestro) informaciones relativas al turismo en la temporada alta. Porque se podría decir que Taormina muere de éxito. Los precios suben astronómicamente, imposible encontrar mesa en un restaurante sin haber reservado varios días antes y en la minúscula  cala frente a Isola Bella no se ve - durante esa época, según Pepe- ni una piedra porque están todas ellas literalmente cubiertas por turistas.





Y al día siguiente, a pesar de otro día que amenazaba lluvia, cogimos el coche para ir hasta el Etna. Atravesamos campos y pequeños pueblos sicilianos de la ladera del Etna, cada vez más cerca del volcán, siempre activo. Sorprende organizar su vida en un lugar con  semejante riesgo. Pueblos que quedarían inmediatamente arrasados por la lava. Supongo que en temporada alta estarán atestados de gente. Ahora vacíos.





Según nos acercábamos la temperatura iba bajando y la vegetación iba adoptando un colorido malvarojizo como mimetizándose con los colores de tierra cocida del volcán. Y ya en el refugio Sapienza, en donde paran todos los autobuses para coger el teleférico hasta la cima, la temperatura era bastante baja, hacía mucho frío. Había nieve en los arcenes y neveros en las laderas. Visto de tan cerca no se parece a la imagen que nos dan las postales: es de color rojizo, parecido al Timanfaya, y no tiene las bonitas explanadas del Teide. O no las vimos. Salimos del coche, dimos un paseo circular por donde se concentraba la gente (poca), tocamos la nieve y  volvimos al coche muertos de frío. Un rato más tarde paramos a comer en uno  de esos pueblos que se asientan a los pies del Etna, Zafferana. Y vuelta al hotel.





Creo que nos sobró un día en Taormina porque lo que hicimos al día siguiente, visita de los alrededores, quizás lo podríamos haber hecho la tarde anterior. Así que, otra vez con el coche, nos acercamos primero hasta Castelmola encaramado por encima de Taormina, en un risco, con su castillo árabe en la cumbre. Desde allí, además de las vistas sobre Taormina y el Mediterráneo, se ven otros pueblos también empericotados en lugares imposibles, supongo que por razones de seguridad, para tener un total control sobre todo quien intentase acercarse. Más abajo de Castelmola está la Madonna della Roca, hasta donde se puede llegar desde Taorminada por escaleras serpenteantes con unas vista espectaculares: Teatro Griego, el mar y el Etna.




Y para rematar el recorrido nos acercamos hasta Savoca, uno de los pueblos más bellos de Sicilia –dicen las guías- y seguro que uno de los más visitados porque fue el escenario de algunas de las secuencias de El Padrino. En el bar Vitelli se rodó la secuencia de la boda y como testimonio en el interior del bar puede verse -a modo de museo- una colección de fotografías del rodaje así como algunos de los objetos utilizados por los personajes. Sin duda un lugar de culto para muchos cinéfilos.





Además de la visita al pueblo, que merece realmente la pena, se puede ver el estrecho de Messina y, a poco más de un kilómetro, Calabria, ya en el continente.

Fue éste nuestro punto final de una semana a la que le faltó una climatología más benévola. A pesar de todo los lugares que visitamos nos gustaron en mayor o menor medida y, sobre todo, el regreso al viaje y  al descubrimiento volvió a activar nuestra curiosidad por conocer y apreciar. Lo interesante es que para ello no es necesario ir tan lejos como otras veces.