Arribes del Duero

No hace falta irse muy lejos para contemplar parajes naturales espectaculares. El Parque Natural de Arribes del Duero es una preciosidad que queda a tan sólo unas horas de coche y allí nos encaminamos en la segunda semana de junio de 2012 para recorrerlo durante tres días.


Los (o las) arribes son las empinadas laderas que encajonan el río Duero en su trayecto por las provincias de Zamora y Salamanca formando un entorno singular y llamativo. Aunque mantienen cierta coherencia a lo largo de sus 100 Km. de recorrido, existe una importante diversidad entre sus diferentes tramos. A veces son paredes verticales de granito las que en encañonan el río, mientras que en otras partes las laderas son más abiertas y aparecen zonas boscosas o cultivos de frutales. No existe ningún camino ni carretera que bordee longitudinalmente la cresta del recorrido. Se transita por tierras del interior, igualmente hermosas, atravesando núcleos rurales muy auténticos y de vez en cuando hay que tomar un camino trasversal para llegar hasta un mirador sobre el río, normalmente al lado de una ermita, castro o antiguo castillo. Tampoco es posible realizar todo el recorrido navegando por las aguas del Duero pues el cauce está interrumpido por diversos embalses que aprovechan la angostura del terreno y el desnivel del curso (500 metros desde Miranda) para una explotación hidroeléctrica. De modo que el antiguo caudal de aguas bravas ha sido domesticado a través de sucesivos tramos embalsados, de una serena belleza semejante a la de los fiordos. Existen tres posibilidades de paseos fluviales por los arribes. El más populoso parte de Miranda do Douro y remonta el río hacia el norte. Nosotros realizamos otro menos concurrido que se toma más al sur, en Barca de Vilverde.


Comenzamos nuestra visita por Fermoselle, población con un interesante conjunto histórico artístico donde se sitúa el centro de interpretación -Casa del Parque- de la zona zamorana de los Arribes, pero con unos horarios de apertura tan restringidos que hacen muy difícil su visita. Comimos en un sitio muy recomendable, aunque no barato, la Posada de Doña Urraca, que dispone también de habitaciones magníficamente acondicionadas. Allí nos facilitaron un folleto sobre los Miradores del Duero e indicaciones sobre el itinerario a seguir que nos resultaron de gran utilidad.


A la salida de Fermoselle tuvimos ya nuestra primera visión del río Duero y descendimos hasta la presa del embalse de Bemposta para atravesarla y pasar a Portugal, por donde circulamos hasta la siguiente etapa.




Miranda do Douro, en la ribera portuguesa, es la población más importante de los Arribes. Ofrece unas buenas vistas sobre el Duero y la zona antigua, situada en torno a la catedral, merece un recorrido pausado.



Regresamos a España atravesando la presa de Miranda y nos dirigimos hacia el sur para llegar al mirador de las Barrancas, junto a la ermita del Castillo, en el término de Fariza. La vista sobre el río es bonita, aunque el río se encuentra algo alejado, pero lo más atractivo quizás sea el paraje donde se halla la ermita, un remanso de tranquilidad en medio del campo zamorano, absolutamente para nosotros solos, sin nadie alrededor, igual que en la mayoría de los lugares en los que nos paramos. Un lujo cada vez más difícil de conseguir. Supongo que esto indica que no es una ruta muy turística -al menos entre semana- y, claro, eso tiene sus ventajas.



Entramos en territorio de Salamanca tras atravesar el embalse de Almendra, una enorme superficie de agua azul fuerte y bordes arenosos, procedente del río Tormes, que cuenta con la presa más alta de España: el salto de Villarino (202 m).



A última hora de la tarde llegamos a nuestro lugar de alojamiento: "La Judería de las Arribes”, en Vilvestre. Se trata de un centro de turismo rural situado en medio del pueblo, bien acondicionado y a precios realmente asequibles (sobre todo para quienes lo habíamos reservado a través de una oferta de “Groupon”). Jorge y su madre son encantadores, además de muy buenos anfitriones. Él nos facilitó todo tipo de explicaciones para planificar las visitas del día siguiente. El pueblo, que como los demás que visitamos es de una tranquilidad absoluta, tiene un magnífico mirador sobre el Duero, al lado de una ermita y de los restos de un antiguo castillo. Prácticamente no se veían personas por sus calles empinadas y en la terraza de la habitación ni un solo ruido de coche, sólo sonidos del campo: ovejas, gallos o la esquila de alguna vaca.



El circuito que realizamos al día siguiente comenzó por el pico más alto del Parque, Cerezal de Peñahorcada (873 m.), que atravesamos para llegar a la localidad de Mieza, y desde allí a dos miradores sobre el Duero muy próximos entre sí: el Colagón del Tío Paco, magníficamente acondicionado, y La Code. Desde allí contemplamos un tramo del río que atravesaríamos al día siguiente en barca, donde destaca el almezal de Mieza, el bosque más extenso de Europa de una especie mediterránea llamada almez u hojaranzo.




Después pasamos por La Zarza de Pumareda y, a la entrada de Aldeávila de la Ribera, nos desviamos para llegar al mirador del Fraile, un balcón que sobrevuela en picado el salto de Aldeávila con vistas espectaculares.



Una sinuosa carretera nos llevó después hasta el pie de la presa para visitar el poblado de La Verde, un pequeño núcleo de población que fue la base de la construcción de la presa de Aldeávila y que ahora sirve de residencia a empleados de Iberduero que trabajan allí. Se trata de un lugar interesante porque permite contemplar de cerca el aprovechamiento agrícola que se puede obtener del microclima de tipo mediterráneo que predomina en la zona, como la plantación en bancales de naranjos y limoneros, más utilizado en la ribera portuguesa de los Arribes, que es la más soleada del río. Además, el antiguo convento franciscano que existía en el lugar fue restaurado por Iberduero para convertirlo en hospedería y alojar a los empleados que participan en cursos de empresa.



Seguimos hacia el norte para, tras atravesar Masueco, llegar a Pereña de la Ribera (con una bonita iglesia) y acercarnos hasta la ermita de Nuestra Señora del Castillo, donde existe otro mirador sobre el Duero digno de ser visitado.




En el camino hacia la ermita se pueden observar dos grandes instalaciones realizadas por una pareja de artistas locales, Juantxu Alonso y Martha Rivas, dentro de un proyecto denominado Pereñarte 2012. Se trata de una enorme bola formada por ramas y de un gigantesco botón (25 m. de diámetro) que sorprenden en medio del campo.





También merece la pena recalar en la bodega Ribera de Pelazas que se halla a la salida del pueblo, donde se puede adquirir un vino muy reputado (y premiado) de la reciente denominación de origen Arribes, el Abadengo.


Regresamos hacia el sur para llegar a Saucelle y acercarnos hasta un mirador que se encuentra en el camino hacia la presa del mismo nombre. Se trata del mirador llamado “El Picón del Moro”, situado en una roca granítica rodeada de pastizales.
 


Para continuar hacia el sur tomamos una carretera muy virada y poco transitada, pero atractiva, que pasa por el puerto de la Molinera. Atraviesa escarpadas laderas sobre arroyos que acaban desembocando en el Duero, con espectaculares vistas, como las que pueden contemplarse desde el mirador del Cachón de Camaces. Aunque el curso de agua estaba seco en esta época del año merece la pena la visita (desistimos sin embargo de acercarnos hasta el Pozo de los Humos porque nos dijeron que la caminata no merecía la pena si no había agua).



La carretera del puerto finaliza en Lumbrales, que justifica una parada para contemplar la plaza mayor y la iglesia, así como la peculiar arquitectura de la Casa de los Condes, convertida hoy en centro de visitantes.



Sobradillo es la sede de la Casa del Parque de la zona salmantina. Se encuentra ubicada en la Torre del homenaje de un antiguo castillo, muy bien rehabilitada, pero que lamentablemente resulta tan difícil de visitar como la Casa de Fermoselle debido a sus absurdos horarios de apertura (cerrado un viernes por la tarde).


Finalizamos las visitas del día en San Felices de los Gallegos, un precioso pueblo medieval con imponente iglesia, castillo y convento de monjas de clausura que elaboran y venden dulcerías.




Al día siguiente realizamos el paseo fluvial por el tramo del Duero que transcurre entre las presas de Saucelle y de Aldeávila. El embarcadero se encuentra al pie de la localidad donde nos alojamos, Vilvestre. En la carretera de bajada se encuentra el mirador del Reventón de la Barca (hace referencia al esfuerzo que tenían que realizar caballerías y personas para subir las mercancías desde el río por el empinado camino) y un molino para triturar aceitunas muy bien rehabilitado.



El paseo fluvial se realiza en una embarcación cerrada, aunque es posible salir a la proa para observar mejor el paisaje. Es una delicia discurrir pausadamente por el curso del río, durante cerca de dos horas, en la más absoluta soledad. Los arribes en esta zona están plagados de vegetación, boscosa en la ribera española y con cultivos de cítricos y almendros en la portuguesa. Pero también asoman las rocas graníticas, sobre las que pudimos incluso contemplar algunas cabras montesas.






Al término del paseo fluvial finalizamos también nuestra visita a la zona y emprendimos el regreso pasando por Vitigudino y Salamanca. En resumen, todo un descubrimiento que recomendamos vivamente.