Escapada otoñal a Sierra de Francia y Las Batuecas


Para mí la estación más bonita es el otoño. Si además tenemos la suerte de disfrutar de un cielo azul transparente, buen tiempo, y toda la paleta de colores otoñales, no puede ser más perfecto. Y eso fue lo que nos ocurrió con nuestra excursión en noviembre de 2013 por tierras salmantinas, en el parque natural de Sierra de Francia y Las Batuecas.


Habíamos contratado a través de Groupon dos noches en el Hotel Doña Teresa de La Alberca, a los que añadimos una tercera para disponer de un poco más de tiempo. El Hotel, muy agradable, en un lugar tranquilo a las afueras y al mismo tiempo a dos minutos a pie de la plaza principal, con sus coquetas casas blancas de balcones plagados de geranios, paredes con vigas verticales y oblicuas rellenas de piedras -o de adobe-, bien restauradas, todas ellas formando un  cuidado conjunto en torno al tosco calvario de granito gris en uno de los extremos de la plaza.
Poco después de dejar la autopista hacia Salamanca la carretera secundaria atraviesa kilómetros de  dehesas salpicadas de encinas. Bajo sus copas redondas verde oscuro, toros negros conviven con cerdos ibéricos de pelaje gris. Porque el cerdo es una de las bases de la economía de estas tierras. Aquí lo que se come es carne, de ternera también, pero fundamentalmente de cerdo en todas las modalidades. Y por todas partes se ven establecimientos anunciando productos ibéricos: salchichón, chorizo, lomo, jamón de cebo, de recebo, de bellota, orejas, rabo, morros… Todo lo necesario para un buen subidón de colesterol. Se convive tan estrechamente con el cerdo que hasta nos los encontramos descansando tranquilamente en la calle como formando parte del decorado.
En La Alberca ya habíamos estado con anterioridad y conservábamos un recuerdo de lugar muy turístico, lleno de gente y de tiendas. Ahora fue todo bastante distinto. Supongo que porque llegamos un domingo a última hora y sólo quedaban los lugareños, así que la plaza, con sus fachadas típicas de la sierra, soportales de granito y paredes de “entramado”, estaba casi desierta. Recorrimos el pueblo que conserva todo él la arquitectura tradicional de esta zona, con callejas estrechas y cuidadas –no en vano fue el primer pueblo español declarado Monumento Histórico Artístico  en 1940-. Quizás este hecho tenga alguna relación con la forma de vestir de las mujeres mayores que conservan tradiciones perdidas hace mucho: mujeres como escapadas de otro tiempo, pequeñas como muñecas,  de un negro riguroso, desde la falda que llega a los pies, hasta el gorro redondo y chato con que cubrían las cabezas.





El lunes por la mañana fue nuestra primera inmersión en el otoño del Parque. Hicimos una ruta circular en se inicia en La Alberca, un recorrido fácil por un bosque de robles y castaños. Se llama "Camino de las raíces". Una borrachera de colores: la alfombra ocre de los helechos otoñales, melenas de líquenes verdosos cubriendo los  troncos de los robles, musgo de un verde intenso sobre las piedras, todas las tonalidades de verdes, ocres y amarillos sobre el cielo azul puro con algunos trazos blancos alargados sobre las montañas violetas del horizonte. Y la ruta jalonada de tanto en tanto con esculturas en medio del bosque. Así que la hora y media que nos habían dicho de duración se acabó convirtiendo en bastante más. Entre las fotos, las esculturas, las castañas que no podía dejar de recoger, la ermita de Majadas Viejas, preciosa, en medio de la naturaleza, sola, rodeada de castaños y silencio, la laguna junto a la ermita de San Marcos de la que solo quedan unos muros y en su interior la  escultura de Fernando Casas “Asteroide S 09 2010”, bonita y evocadora, el tiempo pasa sin darse cuenta. Sorprende además la cuidada señalización del camino y todo el acondicionamiento de la ruta  en general que termina en el área recreativa Fuente Castaño también perfectamente acondicionada para el disfrute de la gente.






Por la tarde, ya con el coche fuimos hasta la Peña de Francia, uno de los picos más altos de la sierra con 1723 metros y viento fuerte que hacía bajar la sensación térmica a unos pocos grados. La Peña está coronada por un monasterio dominico de vocación mariana y sobria arquitectura del siglo XV, en donde, además del convento, tienen también una hospedería quizá pensando en los peregrinos de Santiago de Compostela, pues hasta allí llegan las conchas indicativas del camino de Santiago. Las vistas desde arriba son espectaculares. Se domina un paisaje de 360º, por una parte la llanura castellana extendiéndose hasta el horizonte y por otra las formaciones montañosas del Sistema Central, superponiéndose unas a otras mirando hacia Extremadura. Soledad casi absoluta, salvo las cabras montesas de ojos de miel subiendo y bajando con saltos increíbles por aquellos riscos de vértigo. Y sobre nuestras cabezas buitres negros (¿o serían águilas?) volando majestuosos acechando presas. Desde el mirador, con tiempo despejado, se divisan los diferentes pueblos de la zona, desde La Alberca hasta Béjar, ya al pie de la sierra de su mismo nombre.






El martes cambiamos de dirección para conocer el valle de Las Batuecas. Nada más salir de La Alberca tomando la empinada carretera que lleva a la cima, el paisaje cambia radicalmente. Se acabaron los ocres de los robles y castaños. Ahora son bosques de pinos de troncos color canela, delgados y esbeltos. En el alto hay otro mirador con vistas hacia Las Batuecas y hacia la Sierra de Francia. A medida que descendemos hacia el valle, los pinos van mezclándose con otro tipo de vegetación y, ya en los bordes del río Batuecas, volvemos a encontrar castaños, robles, encinas, pero además chopos de pequeñas hojas amarillas, cerezos de hojas rojas, tejos, madroños de frutos rojos y flores blancas, brezo, jara olorosa, y sin duda más cosas, formando a veces composiciones tan bonitas que parece que alguien las dispuso así concienzudamente. Desgraciadamente las fotos no hacen justicia a la realidad. El trayecto siguiendo el río, que conduce a un monasterio de carmelitas descalzos, está preparado para personas con movilidad reducida: pasarela de madera y barandillas en perfecto estado. El monasterio, de sencilla y austera portada, con el encanto de un arbolito creciendo milagrosamente lo alto de su espadaña, está enclavado en una especie de pequeño circo, un paisaje bonito y recoleto. No se permiten las visitas, pero se puede continuar la ruta a lo largo del río, ahora ya sin pasarela de madera, bordeando los muros del monasterio, para llegar hasta a unos yacimientos con pinturas rupestres, que se adivinan más que se ven, hechas en las paredes de las rocas, sin apenas protección.






El resto del tiempo lo dedicamos a visitar con el coche los pueblos más interesantes de los alrededores de La Alberca. Empezamos por Mogarraz en donde comimos ese día, caro y mal, en el único hotel a la entrada del pueblo. Antes de llegar volvimos a encontrarnos nuevamente con las manchas multicolor del amarillo vivo al rojo intenso que la cámara no consiguió recoger con todo su esplendor.



En el pueblo, nada más llegar, nos llamó la atención una sorprendente exposición: retratos de grandes dimensiones de los vecinos del pueblo tal como eran en 1967, año en que un fotógrafo los retrató a todos para el DNI. Los retratos cuelgan de las fachadas en las que vivían cada uno de los vecinos en aquella época. Y los retratos de aquellos que ya no tienen, o no tenían casa, cuelgan en los muros de la iglesia. Es una galería curiosa del pasado que da protagonismo a seres anónimos, muchos de ellos necesariamente ya desaparecidos. El pueblo, menos bonito que La Alberca, conserva igualmente la arquitectura tradicional serrana: fachadas de granito y “entramado” y bonitos dinteles en los que figura a veces la fecha de construcción. Uno de ellos -Casa Sebas- es del año 1789. Hablamos con Sebas, que trabajaba con la madera a la entrada de la casa, y le comentamos la fecha histórica de su casa, una de las más bonitas y cuidadas del pueblo, al lado de la plaza principal. Enorme para él solo, como nos dijo.







De Mogarraz fuimos hasta Miranda del Castañar, un recinto fortificado con su castillo medieval que  luce más de lejos que de cerca. Tiene también rincones y espacios interesantes pero menos encanto que los otros pueblos. Fue bonito el paseo por el exterior de la muralla al atardecer con los últimos rayos de sol que las mujeres del pueblo tomaban con avidez mientras charlaban en tertulia.





Y dejamos para el último día San Martín del Castañar un conjunto de gran belleza y valor histórico. Como curiosidad tiene la plaza de toros más antigua de España. En realidad era la plaza de armas del castillo, acondicionada posteriormente con gradas de sol y sombra y burladeros para una minúscula y sorprendente plaza de toros. El pueblo, que se extiende a partir de una larga calle central, tiene algunas casas de “entramado”, un puente medieval sobre el río Los Avellanos que continua en una calzada romana, un par de ermitas, una iglesia con una bonita espadaña y una lápida romana junto a la puerta,  un castillo, o más bien una torre del siglo XII restaurada y un cementerio lleno de flores dentro del recinto del castillo, justo a los pies de la torre desde la que se contemplan los alrededores de San Martín: bosques y colinas verdes de las sierras de Béjar y de Francia.  En el mismo recinto de la torre se encuentra además el Centro de Interpretación de la Reserva de la Biosfera con interesantes explicaciones sobre el hábitat, la flora, la fauna, la etnografía, la arquitectura, la geología, las leyendas, en fin, paisaje y paisanaje de toda la zona.






Comimos, y esta vez muy bien, en un restaurante muy concurrido en la plaza, “El Mesón San Martín” y fin de la escapada. Vuelta a Oviedo después de unos días apacibles de sol y color para encontrarnos con el gris de un otoño que ya presagiaba el invierno.