Otra Venecia, más allá del turismo





¿Venecia? ¿Y es cierto que hay riadas de turistas? Esta es la pregunta que surge al decir que acabas de volver de Venecia. ¡Hombre!, haberlas haylas, porque esta ciudad única ejerce una justificada atracción -quizás in crescendo- favorecida por los vuelos asequibles y sobre todo por los cruceros que vierten de golpe centenares de turistas, cámara en ristre, dispuestos a ver en pocas horas lo imprescindible, es decir San Marcos, Palacio Ducal, Campanile, puente de los Suspiros, puente de Rialto y paseo en góndola por los canales próximos a San Marcos en donde se forman a veces atascos y hasta caravanas de góndolas… 











En consecuencia la cola para visitar esa maravilla que es la basílica de San Marcos puede suponer una hora de espera, eso sí, con entrada gratuita. La del Palacio Ducal (20€ para mayores de 65) es más asequible, el paseo en góndola (80€) está asegurado con la abundancia de gondoleros ofreciendo sus servicios y el paseo en vaporetto (7,50€ para los visitantes se vaya sólo hasta la siguiente parada o se vaya hasta la isla más alejada) puede hacerse saliendo de cualquiera de las paradas para recorrer la avenida más espectacular del mundo: El Gran Canal. 


Agua, estacas de navegación (llamadas bricole), embarcaciones diversas, puentes, iglesias y palacios bellísimos (ahora más restaurados que hace 30 años cuando estuvimos la primera vez en Venecia), con su aire decadente, moradas otrora de poderosas familias patricias, testigos de un pasado esplendoroso que compitieron y compiten entre sí exhibiendo una arquitectura singular, llena de elementos veneto-bizantinos, con diferentes estilos, del gótico veneciano al renacentista, repletos de ese estilo peculiar de Venecia, tan cercano a oriente, a Bizancio, a quien la República deseó primero emular y después olvidar sin conseguirlo. 










También en la Strada Nova, la calle que llega hasta la estación de Santa Lucía, desfilan los turistas arrastrando los troleys camino de sus alojamientos. Los venecianos se quejan. Se quejan en este caso del ruido casi constante de los maletones. Y es que el desplazamiento desde la estación en este caso, o desde el embarcadero del vaporetto -si se llega por agua- habrá que hacerlo a pie, tirando de la maleta y subiendo y bajando escaleras para cruzar los puentes. Fundamental, pues, saber a qué distancia queda el alojamiento elegido y la facilidad para llegar a él. Porque Venecia no es una ciudad para personas con movilidad reducida, ni para personas mayores, ni para papás con carritos de bebés… Todo son barreras arquitectónicas y no parece que haya intención de suavizarlas. Los venecianos se quejan, pero no de las barreras. Se quejan de tener que buscar itinerarios alternativos para llegar sin estorbos al trabajo, de oír constantemente el runrún de las ruedas de los troleys en una ciudad que podría disfrutar del silencio que supone la ausencia de vehículos: no hay coches, ni autobuses, ni tranvías, ni camiones de la basura, ni bicis, ni patinetes… Nada. Todo el trasporte se resuelve por vía fluvial y mediante carretillas. Tanto viajeros como ambulancias, como taxis, como mercancías, como la basura… Es incómoda pero ahí y en más cosas reside su encanto. 




Porque hay más Venecias que esa Venecia atiborrada de gente. Basta con salir de esos circuitos para encontrarse con una Venecia sin turistas, sin agua, sin canales, de callejones imposibles, zigzagueantes y oscuros, con paredes casi tocándose, casas apretujadas unas contra otras, de ropa tendida recordando a Nápoles, pero mucho más limpia porque en general la ciudad está limpia y arreglada a pesar de los desconchones y las grietas en las fachadas que le dan ese aire romántico que tanto atrajo a los escritores. Seguro que es la ciudad que más emociones provocó entre literatos: desde Petrarca hasta Proust, pasando por Byron, Balzac, Thomas Mann y tantos otros. 








Sorprende encontrarse con rincones llenos de quietud, sin gente, ajenos al bullicio de los lugares turísticos. Y de vez en cuando, tras un muro, se adivina un jardín que después puede verse mejor desde un puente, con sus adelfas en flor, olorosas, blancas, rojas, rosas… Nunca había visto adelfas tan poderosas. Más que arbustos son árboles. 














Paseas por calles escondidas, solitarias, que se abren a plazas -aquí llamadas “campi”-, espacios de forma más bien cuadrada, pavimento de piedra, la mayoría con un pozo en piedra labrada por el que se accedía al agua recogida en el subsuelo de la plaza que hacía de aljibe. Normalmente en cada ”campo” hay una iglesia, a veces un canal, e incluso uno o dos árboles dando cobijo a las cigarras -siempre cantando- y sombra a los viandantes. Alrededor un entorno urbano sencillo, modesto, casi rural, en donde dominan los colores rojizos de las fachadas coronadas por las chimeneas (llamadas “camini”) con forma de tulipán que recogieron muchos pintores venecianos en sus cuadros.







Pero iglesias en Venecia hay muchísimas. La más vistosa es quizás es la de Sta. Mª de la Salute, en la punta extrema del Gran Canal, en un estilo barroco bastante recargado, mirando a San Giorgio Maggiore, ésta en el sobrio estilo renacentista de Palladio, en la cercana islita del mismo nombre. 

Sta. Mª de la Salute


San Giorgio Maggiore

También renacentista, pero algo anterior, es la iglesia de Santa María del Miracoli, en el barrio de Cannaregio, con una bonita portada de pequeñas proporciones decorada con mármoles multicolores, parecida a la portada de la Scuola San Marco, en el Castello, antigua institución de beneficencia y hoy todavía hospital dentro de sus vetustos muros. Y pegada a ella, haciendo un ángulo, la iglesia de Santi Giovanni e Paolo que junto con Santa María la Gloriosa dei Frari y la Madonna dell’Orto suponen la expresión del gótico más característico de Venecia. Construidas todas ellas con ladrillo rojo y adornadas con mármol blanco guardan en su interior -como tantas otras iglesias- importantes pinturas. 

Santa María del Miracoli


Scuola San Marco y Santi Giovanni e Paolo


Scuola San Marco


Santi Giovanni e Paolo

En la Madonna dell’Orto -la iglesia de Tintoretto- además de su tumba pueden verse muchas de sus pinturas. Y no lejos de allí, en el nº 3398, una placa en la fachada recuerda el nacimiento del pintor en 1594. Pero también Santa María la Gloriosa dei Frari, en el distrito de San Polo, es un auténtico museo, tanto por sus cuadros como por su coro conservado intacto y que forma un conjunto único en Venecia. 

Madonna dell’Orto


Casa natal de Tintoretto


Santa María la Gloriosa dei Frari

Se pueden visitar tanto iglesias como palacios hasta cansarse en una ciudad que está llena de tesoros, todo depende del tiempo y del interés de cada cual. 

Y por si fueran pocos sus atractivos, la ciudad de Venecia organiza eventos para atraer aún a más gente: la Bienal de teatro y las representaciones de ópera en la Fenice, con su doble entrada en tierra firme y al canal, con embarcadero y marquesina para que las familias patricias -propietarias del edificio- pudieran acudir a la ópera en sus góndolas privadas. Si se tiene tiempo puede hacerse una visita con audioguía en español. 

Embarcadero de La Fenice

La Mostra de cine en el Lido, la franja de tierra de más de 10 km de longitud que cierra la laguna y da salida al mar en una extensa playa tranquila, casi sin gente en aquel momento. Es el Lido la playa de Venecia, de residencias veraniegas y míticos hoteles como el Hotel des Bains, escenario de la película Muerte en Venecia, o el Hotel Excelsior, sobre el mar, y al lado de la sede de la Mostra de cine y en donde se alojan las estrellas que llegan a su embarcadero a través de un canal bordeado de adelfas florecidas. 










Y, cómo no, la Bienal por antonomasia que es la Bienal de Arte, desde mayo a noviembre cada dos años. Un despliegue extraordinario para exhibir las últimas tendencias que se dan en el campo del arte, donde cada país intenta presentar lo más sobresaliente y vanguardista de su producción. En la edición de este año participan 90 Estados y se pueden visitar hasta 229 espacios expositivos. Los principales países presentan sus obras en alguno de los 54 pabellones de las dos sedes oficiales, Giardini y Arsenale, a las que se puede llegar en vaporetto recorriendo el Gran Canal, última parada antes de adentrarse en la laguna. Están cerca la una de la otra y en ambas hay cafeterías para un tentempié a mediodía o sentarse a descansar un rato. 

Giardini


Arsenale


Pero además de estas sedes oficiales, otros 36 países exponen obras en diferentes palacios venecianos que abren sus puertas para la ocasión, entre los que tuvimos ocasión de visitar los palacios Mora (Seychelles), Albrizzi (Guatemala), Lezze (Azerbaiyán), Michel, Rota Ivanivh (Macedonia), IPF (Zimbabue, Andorra), Bollani (San Marino)... 

Palazzo Mora


Palazzo Albrizzi


Palazzo Lezze


Palazzo Lezze


Y así como en las sedes oficiales hay que pagar una entrada de 20€ para los mayores de 65 años, en estos palacios la entrada es libre y supone la oportunidad de visitar sus interiores y de contemplar sus vistas al canal o al cielo de Venecia, sus tejados desiguales, sus “altanas” (plataformas de madera a modo de terrazas) y sus singulares chimeneas. 




Otros muchos de estos palacios, cuyo mantenimiento resulta imposible para sus actuales propietarios, afortunadamente están ocupados ahora por la Administración o por museos privados que les permite la supervivencia. Ejemplo de estos últimos es el Museo Fortuny, antigua propiedad de la familia y cedido por la viuda de Fortuny Madrazo a la ciudad de Venecia. Allí, sumidos en una atmósfera tenue se muestran cuadros del pintor Mariano Fortuny y Marsal, y sobre todo las creaciones y colecciones de su hijo, Mariano Fortuny y Madrazo, tanto sus conocidos trajes y texturas como sus ambientaciones teatrales, sus lámparas y sus colecciones de textiles de lo que eran en aquel momento países exóticos. 

Museo Fortuny

Esta vez nuestra estancia fue de una semana. Siete días de los que dedicamos un día completo a una visita de Verona y otro a las dos sedes oficiales de la Bienal, El Arsenal y los Giardini. Nos quedaron, pues, cinco días para callejear, ojear, disfrutar y sorprendernos con los hallazgos que hacíamos, como el “Squero” de San Trovaso en el distrito de Dorsoduro, un astillero en miniatura donde construir y reparar góndolas y demás embarcaciones de madera que navegan por la laguna. 




Pero además tuvimos la suerte de ser guiados en este viaje por un gran conocedor y enamorado de Venecia, y también conocer a través de unos amigos, éstos residentes temporales en Venecia, a sus vecinos del Santi Apostoli, en el distrito de Cannaregio, sentarnos con ellos en la quietud de la caída de la tarde en alguna de las terrazas del barrio y hablar de sus inquietudes por la deriva de la ciudad o de las dificultades de adaptarse a vivir en una ciudad museo.