Toronto


Como nuestra segunda ciudad iba a ser Toronto, decidimos acercarnos a Niágara, quedarnos una noche y ver las cataratas. Ya la autopista desde Toronto a Niágara es horrorosa: polígonos industriales, chimeneas, contaminación… Nada que ver con la zona de Mil Islas. Curiosamente, a la vuelta, el navegador (vaya usted a saber por qué), nos llevó por otra ruta totalmente distinta, verde y rural, muy diferente de la primera. Niágara es un remedo desafortunado de Las Vegas. Lleno de gente cubierta de tatuajes y peinados estrambóticos y con montones de atracciones ruidosas para niños y mayores en las calles principales. Encima los hoteles son escandalosamente caros y las cataratas, aunque impresionantes, no se pueden comparar con Iguazú. Es bonito el paseo y el parque delante de ellas y se pueden contemplar perfectamente sin necesidad de contratar ninguna visita especial, a no ser que se desee. Por la noche, iluminadas, resultan aún más llamativas, sobre todo con el espectáculo de fuegos artificiales.








Llegamos a Toronto con mucho calor y con problemas para aparcar el coche por la zona del puerto que queríamos ver antes de ir a nuestro apartamento. Los precios del parking en el centro son desorbitados: 30 dólares canadienses, unos 20€ por 20 minutos. Naturalmente no nos quedamos y seguimos hasta el barrio en el que habíamos alquilado con Airbnb: Yorkville village, que sin saberlo se trata del barrio más selecto y sofisticado de la ciudad. Sin embargo, en los años 60 era el barrio bohemio de Toronto, signo de cómo van cambiando las ciudades con el paso del tiempo. Ahora se concentran allí las todas las tiendas de lujo y se ven aparcados en la calzada coches imponentes. Sigue siendo una zona agradable para pasear por su aspecto de antiguo pueblo de casitas victorianas con calles tranquilas y arboladas.





Por la tarde fuimos hasta Kensington Market, pasando por Chinatown, también con casas victorianas pero éstas más bien desvencijadas, con las calles llenas de cables y los cubos de basura delante de cada casa en lo que antes fueron los jardincillos entre la acera y la vivienda. Kensington Market -justo el polo opuesto de Yorkville Village- es un barrio contracultural, mestizo y bohemio, de casas viejas y descuidadas con una calle principal llena de cafés, comercios y chiringuitos coloridos y desenfadados y un público joven de orígenes diferentes con ganas de conversar.




Porque Toronto es una ciudad mestiza al mismo tiempo que muy americana. Pateando una parte mínima del plano lo que vimos fue una ciudad moderna, muy cosmopolita, con un alto nivel de vida, sin demasiado atractivo pero en la que hay, como en cualquier gran ciudad, islotes tranquilos y cómodos como, por ejemplo, toda la zona del campus de la Universidad de Toronto, al estilo de los campus americanos de grandes zonas verdes y edificios neogóticos, que imitan, al igual que los americanos, el estilo inglés de campus universitarios.




En la zona centro (Downtown) es donde se concentran los rascacielos. Allí se encuentra la estación central y la famosa CN Torre que es la imagen de Toronto, dicen que es la más alta de América y la quinta del mundo. El barrio se extiende hasta el paseo marítimo y el lago, desde cuyo embarcadero se puede coger un barco hasta las islas Toronto. Nosotros no fuimos pero parecen tener mucho atractivo porque la cola para los tickets era enorme a pesar del sol que caía a plomo. 





Paseamos por St. Laurens Market, cerrado ese día aunque permanecían los puestos de antigüedades, más bien “brocantes”, es decir entre antigüedades y rastro. Hay restaurantes con terrazas en las que se puede comer. 




Muy cerca de allí los edificios fabriles de ladrillo rojo de la histórica Destilería, antigua fábrica de licores ahora convertidos en un lugar atractivo -parece ser- para los reportajes de boda. Hay tiendas curiosas y galerías de arte además de actividades al aire libre: música en vivo al estilo country (también delante de la estación central Union Station) agradable para descansar un rato a la sombra y meterse dentro de la atmósfera americana que se respira en Toronto.





Pero después el Old Town -lleno de cables- es un barrio anodino con poco de viejo y poco que destacar salvo el ayuntamiento en dos edificios, uno moderno y otro antiguo. También el Eaton Centre, inmenso, con cientos de tiendas que comunican con los pasillos del metro y la ciudad subterránea. 



La última tarde, después de una visita guiada en francés en el Museo Real de Ontario (nos interesó sobre todo la sección dedicada a las poblaciones autóctonas, lo que ahora llaman “las primeras naciones”), paseamos por la calle Yonge, dicen que la más larga del mundo, muy comercial pero nada glamurosa como Bloor Street que la atraviesa, en donde están las grandes marcas a la altura de Yorkville. Yonge es anárquica, de edificios dispares y sin ningún encanto.




Y ya íbamos a decidir que definitivamente Toronto es una ciudad fea, cuando tomamos una tansversal a Yonge y nos encontramos con el barrio gay: Village Church, de casitas bajas, tranquilo y arbolado. Y, después, parecía que habíamos dejado la ciudad en Carbaggetown -que es como un pueblo- para acabar más tarde en Gloucester, otra zona elegante con casas muy bonitas de jardines delanteros y calles arboladas, un reducto de tranquilidad a dos pasos de la gran ciudad caótica llena de torres altísimas mezcladas con edificios bajos sin ninguna armonía ni espacios verdes ni arbolado, toda ella bastante deshumanizada.







Siguiente etapa: Algonquin