Preparativos



Viajar a un país inmenso como Canadá, verdadero mosaico de culturas, supone elegir y planificar bien el recorrido que será siempre minúsculo en proporción a la extensión total. Hay que decidir no sólo cuándo y cómo sino sobre todo dónde. A nosotros nos hubiera gustado ir también hasta la costa oeste, pero esto suponía 4000 km más y necesariamente más tiempo para poder abarcarlo todo. Así que, teniendo en cuenta los 24 días que pensábamos estar en el país, nos circunscribimos a la costa Este y solamente a dos regiones: Québec y Ontario porque, aunque parezca un objetivo modesto, hay que tener en cuenta que sólo Québec ya equivale a cinco veces Francia en un país que es el segundo de mayor superficie, justo después de Rusia, aunque con una población de unos diez millones de habitantes, concentrada principalmente en la franja sur, cercana a Estados Unidos.


El cuándo, en agosto de este año 2018 fue un poco irreflexivo, habría podido ser en septiembre y ya hubiéramos podido disfrutar de los colores otoñales, pero por otra parte nos beneficiamos de un tiempo y una temperatura estupenda todo el viaje.


Para el cómo, decidimos organizarlo por libre, con un vuelo low cost directo Madrid-Montréal de la compañía canadiense Transat. El vuelo y la gasolina fue lo único barato porque Canadá es un país caro teniendo en cuenta que a los precios -ya más elevados que en España- hay que sumarle las tasas en todos y cada uno de los artículos, lo que supone más de un 10% y, por si fuera poco, en todos los restaurantes y cafeterías hay que añadir al menos el 15% de propina que es prácticamente obligatorio, aunque la maquinita para la tarjeta (allí el dinero “cash” casi no se usa) te sugiere dejar incluso el 20 ó el 25%. Eso sí, nada más sentarte te sirven agua de una jarra y vimos que algunos restaurantes no servían ni vino ni cerveza y, de no traerlo de casa, te sugerían ir a comprarlo a la tienda de la esquina. Curiosa opción.


Una vez allí para movernos alquilamos con Rentalcars un coche de la compañía Herz, que se portó muy bien en los tres mil y pico km que hicimos en total. Y, para el alojamiento, aunque nos costó bastante encontrar cosas a precio razonable y bien, nos inclinamos siempre por Airbnb, salvo en Niágara y en Quebec, en donde estuvimos en hoteles.


Al final nos pareció haber tenido mucha suerte porque con tantos aspectos aleatorios todo encajó a la perfección: el viaje, el tiempo, variable pero de buena temperatura, incluso a veces excesivo calor (únicamente llovió una mañana y dos tardes, en Toronto y Québec, curiosamente mientras estábamos en sendos Museos), los alojamientos entre bien y muy bien y los desplazamientos sin contratiempos, salvo las dichosas obras en todas las carreteras y autovías. Con lo cual lo importante no eran tanto los kilómetros a recorrer sino el tiempo que acabábamos echando. Además el hecho de haberlo organizado con tres noches en cada sitio, alternando ciudades y naturaleza, nos permitió descansar y disfrutar de los lugares que íbamos conociendo.


El Canadá que vimos es verde, de enormes manchas boscosas: arces, abetos, abedules y hayas principalmente, pero fundamentalmente agua. Agua en todas sus formas: mares, ríos, cascadas y sobre todo lagos y lagos. Lagos por todas partes y de todos los tamaños, desde el inmenso lago de Ontario hasta los pequeñitos lagos de los parques naturales de Algonquin o de Mont Tremblant, convirtiéndose ya en bosque debido a la turba que se va depositando lentamente en su fondo, un proceso perezoso de miles de años que va cambiando lentamente la geografía del lugar, a lo que también colaboran los castores –llamados no sin razón arquitectos de la naturaleza- que, al amontonar troncos para hacer sus nidos, crean presas que modifican el curso del agua y por tanto el paisaje.





Siguiente etapa: Montreal