Charlevoix


Como todo se acaba, tuvimos que dejar la zona de Mont Tremblant para dirigirnos a Charlevoix, una ruta larga de unos 500 Km., más las obras, claro. Cuando llegamos a Malbaie, en donde habíamos alquilado el apartamento, el río San Lorenzo estaba en su esplendor, ya allí más un mar que un río, pero de aguas tranquilas color gris pálido. Parece ser que ya desde el siglo XIX se hacían cruceros desde Québec hasta allí, convirtiéndose pronto en zona de veraneo de las clases acomodadas. Prueba de ello es el magnífico hotel “Le Manoir Richelieu” situado en la parte alta de los acantilados de la Malbaie en donde se celebró la última cumbre del G-7. El edificio primitivo fue construido todo en madera para alojar una clientela adinerada y refinada amante de actividades al aire libre. El actual edificio es el tercero que se levantó aunque sigue conservando un porte decimonónico con el jardín y la terraza panorámica y sus sillones tradicionales de color blanco alineados frente al río, como en un anfiteatro. La verdad es que en esta ocasión no entiendo muy bien las razones de esta elección: el río San Lorenzo -que ya es mar- tiene mareas y en marea baja, enseñando sus vergüenzas, no es nada atractivo. De hecho parece ser que el nombre de Malbaie, literalmente “mala bahía”, se debe a que los barcos no podían fondear allí en marea baja. Además, por las mañanas, vimos los dos días surgir del río una espesa niebla que tarda tiempo en desaparecer. Con lo cual el grado de humedad tiene que ser altísimo. Pero capricho o no lo cierto es que además del hotel, casino y campo de golf, hay numerosas villas -auténticas mansiones- en sus alrededores, éstas sí bien escondidas tras las altas cercas quizás para protegerse de miradas indiscretas.




El resto del pueblo, en la parte baja no tiene mucho interés. La parte más pintoresca es Pointe-au-Pique, con unas viviendas que parecen casas de muñecas en tamaño natural.



Ahora a Charlevoix se viene también para el avistamiento de ballenas en Tadoussac, el pueblo desde el que salen los cruceros. Se encuentra a unos 70km., una hora más o menos, contando con las obras, para la ida y otro tanto para la vuelta. Más tres horas de crucero. Se puede comprar algo de comida en el pueblo pero en último extremo en el propio barco hay también los consabidos sándwiches (uno acaba con la sensación de estar comiendo constantemente comida insana) que hacen el avío. Hay montones de turistas, el barco iba lleno hasta los topes, así que lo mejor es ponerse en la parte delantera, eso sí bien abrigados porque hace frío. El tiempo pasa rápido por la emoción de las ballenas: las de aleta, las pequeñas también de aleta que son las más numerosas y las jorobadas. Y también las focas. Una experiencia agradable, sobre todo para los niños que no paraban de emocionarse cada vez que aparecía una. De no ser para hacer esta excursión, creo que no merece la pena llegar hasta Charlevoix, está lejos y no aporta nada nuevo salvo la inmensidad del San Lorenzo.







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