Las Hoces del Duratón



Después de pasar en agosto de 2012 unos días deliciosos en Robledo de Chavela: ambiente seco, aire puro, buena temperatura, sol, sombra, una hamaca y naturaleza, fuimos a pasar dos noches a Sepúlveda con otra oferta de Groupon. La oferta consistía en una o dos noches en el Hotel Vado del Duratón, un hotel con buenas instalaciones y situado en el corazón histórico de esta villa medieval. Incluía, además del desayuno y del parking (importante porque el aparcamiento era complicado), una cena a base de cordero o cochinillo, especialidades de la región que preparan fantásticamente. Sepúlveda entera vive del turismo y a cada paso se encuentra un restaurante en el que se ofrece el sabroso cordero asado en horno de leña.

Después de Robledo, nuestra primera parada fue en Pedraza, conjunto histórico de gran belleza, perfectamente restaurado y conservado casi intacto desde el siglo XVI. Recuerda un poco a Santillana del Mar, esos lugares que, siendo perfectos, uno tiene la sensación de que no es del todo real, como si fuese el decorado de cartón piedra para una película. En cualquier caso el recorrido por sus plazas, calles y callejuelas es muy agradable porque, a pesar de ser muy turístico, no se convirtió en el escenario de montones de tiendas para turistas que distraen la mirada y le quitan encanto. En la Oficina de Información te ofrecen la posibilidad de una visita guiada que no llegamos a hacer por no coincidir con nuestro horario.






De allí fuimos directamente a Sepúlveda atravesando los dorados campos de castilla, alternados con pinceladas verdes y plantaciones de girasoles buscando el sol en ese cielo azul intenso.




 
La primera vista de Sepúlveda sorprende por su emplazamiento, encaramada en lo alto de las Hoces de Durantón y del Caslilla, lugar estratégico que determinó su historia a través de la Edad Media. Tierra de frontera, avanzadilla cristiana al sur del Duero que pasa de unas manos a otras según el resultado de las batallas entre moros y cristianos. Fue tierra de repoblación en la que convivieron durante años judíos, moros y cristianos, protegidos por su Fuero que les perdonaba todos los delitos que hubieran podido cometer anteriormente en los lugares de procedencia de aquellos que acudían a instalarse en la ciudad sin distinciones por razones de religión.


El hotel se encuentra justo al lado del Museo de los Fueros (iglesia de los santos Justo y Pastor), donde se pueden contemplar diversas esculturas medievales y ver un vídeo en el que se explica, además de la historia de la ciudad, el importante Fuero de Sepúlveda que permitió la repoblación de esas tierras y legisló sobre las normas de convivencia.

Antigua plaza fortificada, se conservan trozos de la muralla que la rodeaba, y algunas de las siete puertas de entrada y salida a la ciudad. El escudo de la villa lleva las siete llaves que las abrían y cerraban, pero también aparecen en muchos de los blasones de las casonas y palacios, tantos como si no hubiera habido en el pasado de Sepúlveda más que gentes principales a tenor de los que se conservan en la actualidad.

Pero no sólo son palacios y casonas. Sepúlveda sorprende por sus nada menos que tres iglesias románicas, de los siglos XI y XII que, en la noche, bien iluminadas forman un skyline precioso. Las empinadas calles empedradas que conducen a ellas, llenas de rincones y de bonitas perspectivas, son un aliciente más en el recorrido por la villa medieval. Además aquí, al contrario que en Pedraza, se tiene la impresión de autenticidad, nada es tan perfecto pero sí más real.





Pero otro de los atractivos de Sepúlveda es su situación dentro del parque de las Hoces del río Duratón. Conviene pasar por la Casa del Parque, ubicada en la iglesia de Santiago donde te informan de las posibilidades que ofrece el parque, vistas panorámicas, paseos en canoa, rutas de senderismo, etc.

Nosotros nos acercamos el primer día hasta la ermita románica de San Frutos, uno de los puntos panorámicos sobre las Hoces que el río Duratón fue formando a lo largo de los siglos, un profundo cañón que puede tener hasta cien metros de altura, lugar de acogida de montones de buitres leonados que vuelan entre sus paredes para recalar después en sus madrigueras. Es un espectáculo sorprendente: paisaje árido del profundo cañón, meandros que a lo largo del tiempo formaron islas, color verdeoscuro de las tranquilas aguas del río y el vuelo majestuoso de las aves.




El punto de vista merece la pena y, al estar orientado al oeste, los amantes de las puestas de sol pueden contemplarla en este lugar singular.



Al día siguiente nos dirigimos hacia la Zona de Reserva del Parque Natural, ahora de tránsito libre, pero no así del 1 de enero al 31 de julio en los que se necesita solicitar autorización en la Casa del Parque (tel. 921540586). Hay una senda larga de 12 km. desde Sepúlveda hasta un chiringuito al lado de un puente sobre le río Duratón, el Puente Villaseca. Y otra senda corta de apenas 2 km., desde el chiringuito hasta el final de la senda. Aunque nos habían aconsejado coger la larga, desde el chiringuito hacia Sepúlveda, al final hicimos la corta, llamada senda de la Molinilla, un paseo bordeando el río entre vegetación de ribera: chopos, álamos blancos, olmos, alisos, etc. De vez en cuando pequeños lugares donde bañarse y, al final de la senda, se podría decir que hay una pequeñísima paya fluvial con pozos que permiten el baño en aguas transparentes y frías con montones de alevines de truchas. Conviene llevar bañador porque seguro que apetece el baño. De lo contrario hay que conformarse con mojar los pies, como en nuestro caso. Es agradable “picnicar” al borde del río aunque también puede hacerse en el chiringuito, si no fuese por las moscas francamente desagradables.




Y para terminar nos acercamos hasta el mirador del Convento de la Hoz, para mí más espectacular que el de San Frutos. Como en San Frutos, hay que dejar el coche y hacer a pie el último tramo, aunque en este caso fue bajo un sol de justicia en plena ola de calor, pero mereció la pena porque la vista sobre las ruinas del convento en el fondo del cañón al borde del Duratón, el pronunciado meandro que forma el río, las aguas verdes, las piraguas, el vuelo de los buitres, tan enormes que cuando se acercaban daban miedo, forma todo ello un conjunto especial que se fija en la retina.






Fue una escapada corta pero completa. Además, siempre digo que lo bueno de viajar es la curiosidad que te despiertan los lugares a los que vas. La visita de Sepúlveda fue la ocasión de revisar la olvidadísima Reconquista: tiempos de paz y de guerra, de coexistencia pacífica entre las tres religiones y de tolerancia perdida con el fundamentalismo cristiano de los Reyes Católicos.