Bye bye Madrid


Nuestro periplo de los últimos años está tocando a su fin. Dentro de pocos días regresamos a Oviedo con ganas de reencontrar nuestra casa y nuestra gente y también con nostalgia de este tiempo rico en experiencias.


De los años de Bruselas dejé mi testimonio en el relato "Mi Bruselas". Supongo que de haber seguido más tiempo en Madrid hubiera hecho algo parecido. Porque el Madrid que fui descubriendo poco a poco no tiene mucho que ver con el Madrid que yo conocía como turista o como alguien que viene a la capital para algo en concreto y de paso ver alguna exposición, ir al teatro o ir al cine. Al final nos movíamos siempre por los mismos sitios: al principio Azca y su entorno, más tarde Hotel Zurbano y su barrio, que ya me gustaba mucho más que la parte norte de la ciudad pero que tenía absolutamente desubicado (creía que estaba en el barrio de Salamanca) y, naturalmente, por el entorno del Museo de Prado, Cibeles, Alcalá, Retiro, Colón, Sol, etc.

Madrid en general no me gustaba, me parecía una ciudad caótica, impersonal con edificios sin ningún interés y una parte antigua sucia, descuidada, llena de tráfico y destartalada. Naturalmente con la excepción de algunas zonas.

Cuando nos instalamos en Madrid, precisamente al lado del Hotel Zurbano, para seguir con nuestras costumbres, mi sorpresa fue saber que este barrio no era Salamanca sino Chamberí y que valía la pena patearlo porque tenía calles con muchísimo sabor, con las típicas fachadas madrileñas de balcones, bien restauradas y pintadas, establecimientos antiguos, además de mercados populares como se pueden encontrar en cualquier capital de provincia.


Durante este tiempo, siempre que pude, me dediqué a patear Madrid, a deleitarme con sus diferentes barrios: el nuestro por supuesto, pero también otros como los de Recoletos, Salamanca (aunque aquí me gusta el conjunto arquitectónico, no el ambiente), la zona de los Jerónimos, una de las más bonitas de Madrid para mí o la zona Centro que ahora está totalmente rehabilitada y desconocida. La calle Arenal no tiene nada que ver con la antigua calle Arenal en la que pasé unos días cuando me examinaba de oposiciones. Sus fachadas me habían pasado desapercibidas hasta ahora, supongo que porque estaban sucias y la calle no era peatonal. Pasear por las calles y callejuelas del Madrid de los Austrias al atardecer, cuando acaban de iluminarse las farolas, pero todavía queda algo de luz, fue un placer. Descubrir plazas y rincones, patios y fachadas que parecen más propias de un pueblo de Castilla que de la capital que es Madrid, me sorprendía y me encantaba. Todo lo veía con otra mirada, sin prisa y con curiosidad. Sabía que tenía tiempo y que no había que apurar al máximo los dos o tres días que antes pasábamos en Madrid cada vez que veníamos. Esa era una diferencia importante.

Un día de principios de verano fuimos hasta la Casa de Campo y allí descubrimos el lago, mirando al Palacio Real y la Almudena, dibujando un bonito skyline de la ciudad. Sentí lástima de pensar que no iba a disfrutar mucho de este descubrimiento porque ese iba a ser nuestro único verano en Madrid. Así que, con una especie de avaricia, intenté volver muchas más veces para aprovecharme al máximo de aquellos días agradables, de temperatura ideal, cielos azules y ambiente seco que tanto me gustan. Y así lo hice, porque Madrid tiene además la posibilidad de acercarse en metro hasta la Casa de Campo en un momento. No cabe duda de que es un privilegio. Yo podía pasar de mi barrio de Chamberí hasta la Casa de Campo en quince minutos con tan sólo coger la línea 10 de metro.


Pero para mí el gran descubrimiento fue darme cuenta, de manera absolutamente casual, que vivía prácticamente enfrente de la Residencia de Estudiantes, mi lugar favorito de Madrid. Al principio de nuestra estancia, un día en que había cruzado la Castellana y subido por Vitrubio, después, bajando por Serrano, se me ocurrió entrar en las instalaciones de CSIC. Fui pasando de un lugar a otro y de pronto –para mi sorpresa- me di cuenta de que aquellos pabellones que estaba viendo eran los de la antigua Residencia de Estudiantes. Examiné todas las instalaciones con auténtica veneración, ese lugar emblemático de nuestra historia y de nuestra cultura que había oído citar tantas veces, al que hacían referencia en tantos sitios y que nunca había visto más que en fotografías. Y ahora estaba allí ante mis ojos, prácticamente vacío, todo para mí. Y allí regresé montones de veces a exposiciones, a conferencias o simplemente a disfrutar del lugar. Particularmente agradable me resultaba los fines de semana cuando, de entre los arbustos de romero, tomillo, jara o lavanda, salían voces con textos escritos por algunos de los antiguos residentes. Cielo azul, olores mediterráneos y ecos lejanos. Una maravilla a donde no sé si volveré.




Quizás eso es lo que más sienta dejar de Madrid, además, por supuesto, de todos los amigos que nos hicieron la estancia agradable y nos descubrieron los rincones que a ellos les gustaban y que pasaron a ser los nuestros. A ellos sí volveremos a verlos, aquí en Madrid o allí en Oviedo.